Volumen 17 · Número 1· Enero/Febrero 2007
Traducido del inMotion – Relationships Rescued Him: Journalist who lost hand in Iraq renews commitments to those who helped him recover
por Scott McNutt
En 2003, el corresponsal jefe de la revista TIME, Michael Weisskopf, viajó a Irak para escribir la historia de “El soldado estadounidense”, elegido por TIME como Persona del año. El reportero no dio demasiada importancia a lo que pudiera sucederle en un escenario de guerra. Era una oportunidad para inyectar un poco de emoción a una monótona rutina de trabajo y para sumar otro punto a una extensa lista de logros profesionales.
Weisskopf consiguió la historia, pero también fue parte de ella al perder su mano como consecuencia de la explosión de una granada lanzada por un insurrecto. A Weisskopf, la pérdida le deparó una dolorosa recuperación de 18 meses, durante la cual, con el cuidado y el apoyo de muchas personas, evaluó su vida y reestableció su identidad. Ha contado la crónica de su viaje en un libro: Blood Brothers: Among the Soldiers of Ward 57 (Hermanos de sangre: entre los soldados del Pabellón 57). Aunque la historia de Weisskopf abarca mucho más que las relaciones que entabló y reestableció durante su proceso de curación, el libro es un testimonio del poder curativo que tienen los vínculos que nos conectan a una comunidad más amplia.
Una y otra vez en Hermanos de sangre, Weisskopf trata el tema de una comunidad solidaria y explora su propio lugar dentro de una red más amplia de conexiones sociales. Como él mismo escribe en Hermanos de sangre: “Fue necesario perder algo importante para entender lo que yo significaba para otras personas. Las relaciones me rescataron. Me sacaron de Bagdad, me llevaron al Centro Médico Militar Walter Reed y me devolvieron a casa. No me ayudaron por haber obtenido un rango, escrito una historia o salvado vidas; sino por tratarse de mí. Decidí devolver ese amor siendo menos egocéntrico”.
Weisskopf es uno de los pocos civiles que han sido tratados en la institución militar. Sus compañeros de trabajo de TIME, otros periodistas y la diputada de su estado ejercieron presión para que Weisskopf fuera admitido. En el Walter Reed, Weisskopf fue asignado al “pasillo de amputados” del Pabellón 57. Durante el tiempo que pasó en el Pabellón 57 y después, Weisskopf presenció y experimentó los vínculos de amistad, familiares y de cuidados entre los soldados que allí se recuperaban.
Para las personas que han perdido alguna extremidad pueden haber muchas comunidades distintas y los “amputados combatientes forman un pequeño subgrupo”, cuenta Weisskopf. “Como amputado, el mundo resulta solitario; creo que cuanto más grande sea la comunidad de amputados en la que encajamos, más rica será la comunidad”.
El solo hecho de tener afinidad con sus compañeros amputados del Pabellón 57 fue, de alguna forma, como construir un puente entre distintas comunidades. Weisskopf advierte que no solo era un civil, sino que casi doblaba la edad al resto de los pacientes. Además, dice bromeando, era “un profesional con más educación de la que necesitaba”. En su trabajo cotidiano, tenía poco en común con los soldados del Pabellón 57.
“Pero había algunos denominadores comunes entre quienes se encontraban en el Walter Reed y en el Pabellón 57 que rebatían todo eso”, dice Weisskopf. “Principalmente, todos los que estábamos allí luchábamos por encontrar una identidad”. Esa lucha acortaba la distancia psicológica entre los jóvenes soldados a quienes les gustan las armas, los tatuajes y las máquinas veloces y un “escritor mediocre de mediana edad”, como se describe a sí mismo, que había viajado a Irak para observar clínicamente cómo aquellos soldados llevaban a cabo su misión y para redactar sus observaciones con frialdad.
“Sentía profundamente que había viajado a Irak como alguien que iba a observar desde fuera y que dejó en el Pabellón 57 su propio pelotón de guerreros heridos”, explica Weisskopf. “La distancia que había entre nosotros desapareció porque lo que ellos estaban viviendo, lo estaba viviendo yo. Muy pocas personas pueden comprender eso a menos que estén allí”.
Uno de los soldados heridos con quien Weisskopf creó un vínculo fue Pete Damon. Damon, un mecánico de helicópteros cuya unidad de la Guardia Nacional fue enviada a Irak, perdió ambos brazos cuando explotó el borde metálico del neumático de helicóptero que estaba inflando. Weisskopf, cuya mano derecha quedó destruida cuando agarró y arrojó una granada que había sido lanzada a la parte trasera de un vehículo de transporte, se sintió hermanado con Damon y no solo por la pérdida física. Cada uno se hacía preguntas acerca del papel que tenía y que había originado sus respectivos traumas. Damon no podía recordar los hechos que culminaron en su desgracia; Weisskopf se hacía preguntas acerca de lo que le impulsó a agarrar la granada.
Cada uno animaba al otro a encontrar respuestas y, a través de esa motivación similar, se forjó una amistad. La amistad vería a cada uno de ellos resolver exitosamente (si no responder por completo) las preguntas acerca de sus pérdidas, así como también los acercaría por simple camaradería. Weisskopf incluso acompañó a Damon a visitar a los padres del compañero de Damon, que murió en la misma explosión que le arrebató los brazos a Damon. “Yo también estaba en deuda con Pete, porque me hizo entender muchas cosas”, cuenta Weisskopf. “Activó algo en mí que me ayudó. Por eso le acompañé como amigo, no como periodista. Sentí que nos estábamos ayudando mutuamente”.
Otro hermano de sangre que ayudó a Weisskopf en su recuperación fue Jim Mayer, alias “El hombre de los batidos”, a quien Weisskopf apodó uno de los “Ángeles del Pabellón 57”. Mayer, veterano de Vietnam y amputado bilateral por debajo de la rodilla, es formador de compañeros visitantes militares, certificado por la Coalición de Amputados. Dichos compañeros visitantes ayudan a personas recién amputadas a adaptarse a su situación, demostrando con su propia experiencia que es posible volver a conectar con una comunidad más amplia.
La dedicación de Mayer a los soldados del Pabellón 57 es casi legendaria, yendo más allá, incluso, del modelo de compañero visitante. El hecho de que Weisskopf no fuera veterano no suponía diferencia alguna para Mayer. Los dos hombres se conocieron cuando Mayer, ofreciendo sus habituales batidos y una oportunidad para conversar, se asomó a la habitación de Weisskopf en el Pabellón 57. Aunque las intenciones de Mayer eran buenas, su intento por establecer una relación fue poco oportuno, ya que en ese momento, Weisskopf estaba tratando de aprender a usar el baño con una sola mano. A pesar de tan desfavorable comienzo, con el tiempo se hicieron amigos y continuaron la amistad.
Considerando a Mayer “un hombre increíble”, Weisskopf dice que fue importante para él porque “dedujo correctamente que lo que todo nuevo amputado se pregunta es: ‘¿Alguna vez volveré a ser normal?’ Lo que Jim hacía con ese batido era traerte un pedacito de vida común y corriente. Te recordaba que eras parte de la humanidad, que la normalidad estaba a tu alcance”. Weisskopf destaca que hasta el día de hoy Mayer ha servido a cientos de amputados como amigo, confidente y hermano de sangre.
“Al principio, Michael no quería aceptar un batido que estaba destinado a un militar”, recuerda Mayer. “No puedo decirte cuánto me impresionó su actitud al respecto. Aprendí que iba al grano cuando hablaba y que escuchaba con agudeza. No tardé mucho en observar que, como corresponsal experimentado, Michael detectaba una mentira a distancia. Por eso siempre traté de concentrarme en lo que decía y sentía y de responderle con sinceridad. Hasta el día de hoy, Michael y yo podemos no estar en contacto por un tiempo y luego, inmediatamente, comenzar a hablar sin reservas acerca de cualquier cosa”.
El vínculo familiar también ayudó a Weisskopf de maneras que no esperaba. Habiendo perdido a su padre a temprana edad, Weisskopf se sentía culpable por casi dejar sin padre a sus hijos pequeños, Skyler y Olivia. Tras su experiencia, comenzó a comprender lo que había llevado a su padre a, literalmente, matarse a trabajar y le perdonó por ello. Su hijo y su hija, a su vez, mostraron a Weisskopf que podrían perdonarle su “arriesgada apuesta por un encargo” gracias a los lazos de amor entre padres e hijos. También mostraron a su padre que podían ayudarle como él les había ayudado una vez.
“No hacía tanto tiempo, les había atado los cordones de los zapatos”, escribe Weisskopf. “Ahora ellos me ataban los míos. Yo les había curado los cortes y rasguños; ahora ellos me cambiaban los apósitos”. Este cambio en el equilibrio de poder adulto-niño también cambió la percepción que Weisskopf tenía de la paternidad. Antes de viajar a Irak, la había considerado un trabajo. Ahora, la llama relación amorosa. “Fue maravilloso”, dice Weisskopf. “Pronto me hizo darme cuenta ―cada amputado debe hacerlo― de que debes aceptar la ayuda de los demás. Fue muy fácil recibirla de mis hijos. A ellos les dio una sensación real de poder y de importancia. Todos los niños deberían tener eso. Creo que verdaderamente estuvieron a la altura de las circunstancias y soy muy afortunado de tenerlos”.
Uno de los temas centrales de Hermanos de sangre es la lucha de Weisskopf por comprender qué lo llevó a agarrar la granada que le costó la mano derecha. No estaba seguro de ser la clase de persona que actuaría con nobleza en un momento de crisis. Ahora, con la ayuda de muchas personas que lo cuidan profesional y personalmente, Weisskopf acepta que el suyo fue un gesto honorable, que salvó las vidas de los soldados que estaban en el Humvee con él.
También ve que sus acciones repercuten en una comunidad mayor. Al recibir el Premio Daniel Pearl al coraje y a la integridad periodística, Weisskopf escribió: “Aunque vivía en un mundo de egoísmo, actué en un escenario mayor con consecuencias que me superaron”. Pero aunque Weisskopf reconozca que sus acciones tienen un impacto en una comunidad más amplia, Jim Mayer espera que su amigo sepa la importancia que tienen en una comunidad en particular.
Cuando le preguntaron acerca del contexto más amplio del proceso de recuperación de personas con pérdida de extremidades en el Walter Reed, Mayer dice: “Walter Reed y la Coalición de Amputados han formado y certificado a más de 90 compañeros visitantes. Tengo la suerte de ser uno de ellos y de ser parte, además, del grupo original de voluntarios que se graduaron en el Programa de Formación para Formadores de la Amputee Coalition.
“Pero las charlas y la amistad de Michael en el Pabellón 57 me recordaron que, al margen de los puntos de referencia generales como las Fases del proceso de recuperación de la Amputee Coalition, cada paciente tiene por delante un camino individual de recuperación y desarrollo en la vida, un camino con curvas, giros y contratiempos muy únicos. Michael escribe elocuentemente acerca de ello cuando cuenta su recuperación, la de Pete y las de otros en Hermanos de sangre. Ese regalo de Michael vale mucho más para mí y mis compañeros visitantes que cualquier otra cosa que nosotros podamos haberle dado a Michael en el Pabellón 57”.